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El cómputo del tiempo en Roma

Posted by Ignacio Cabello en 13 enero, 2013


antiates¿Nunca te has preguntado de dónde viene nuestro calendario? ¿Quién se inventó los nombres de los días de la semana? ¿Por qué se llaman así? ¿Por qué el año se divide en meses? ¿De dónde provienen los nombres de los doce meses? ¿Desde cuándo el calendario es como el que tenemos hoy en día? ¿Por qué el año comienza el 1 de enero? Pues bien, en este breve post intentaré responder a estas preguntas, y para ello debemos remontarnos a la época de los romanos. Seguir leyendo

Breve historia del calendario romano

Los hombres de la antigüedad tenían una gran preocupación u obsesión, y ésta era el deseo de controlar el tiempo. Antes de la fundación de Roma e incluso antes de la destrucción de Troya, es decir, hace varios miles de años, muchas culturas antiguas utilizaban el calendario lunar para contar el tiempo. Aun así, los métodos de cada cultura o pueblo eran muy diferentes. Por ejemplo, los habitantes de Alba Longa dividían el año en 10 meses de 18 a 36 días cada uno, mientras que los de Lavinia tenían un calendario de 13 meses y 374 días.

Durante el reinado de Rómulo–primer monarca de la recién fundada ciudad de Roma– quedó establecido un calendario lunar que estaba dividido en 10 meses y que contaba con un total de 304 días. Esto ocasionaba problemas, puesto que cada año las estaciones, las tareas agrícolas y las épocas dedicadas a distintas actividades comerciales caían en distinta fecha. El desfase del calendario oficial respecto al calendario natural (es decir, el de las estaciones, etc.) era de cerca de 51 días.

El sucesor de Rómulo, Numa Pompilio se conoce por ser quien puso orden a las bases de la religión romana, y eso incluye a los calendarios, pues eran esenciales para contar el tiempo y los días de los sacrificios, los cultos y las festividades religiosas. Los romanos eran muy supersticiosos, y creían que los números impares daban más suerte que los pares, así que Numa Pompilio restó un día a cada mes de 30 días, reduciendo el número de días del calendario a 298. A los 51 días de desajuste que había antes le sumó los 6 que había quitado a los meses que antes tenían 30, y repartió esos 57 días en dos nuevos meses, Ianuarius y Februarius. El primero era de 29 días, mientras que el segundo se quedó con 28, número que, aunque traía mala suerte resultó ser apropiado para el mes de Plutón, el dios del infierno y señor de los muertos [1]. Así, el calendario romano cerraba un año lunar regular, con cuatro meses de 31 días, siete de 29 y uno de 28.

Sin embargo, pronto se dieron cuenta de que existía un ligero desajuste entre el calendario oficial y el año solar, por lo que decidieron modificar la duración del año. Februarius era un mes peculiar, puesto que constaba de dos partes, una que acababa el vigesimotercer día, denominado Terminalia, que era considerado el día que marcaba el final del año religioso. La segunda parte del mes duraba cinco días. Para ajustar el calendario al año solar, cada cuatro años los romanos añadían entre las dos artes de Februarius, después de la fiesta de Terminalia, un mes llamado Mensis Intercalaris, también conocido como Mercedonius. Los cinco días de Februarius posteriores al día 23 pasaban a ser los últimos del nuevo mes, que tenía una duración total de 27 días. Como resultado se obtenía un año de 377 días (22 más que los años normales).

Antes de proseguir con la historia del calendario romano, es necesario decir que el sistema antiguo para fechar los días y los meses del año era, en muchas ocasiones, bastante impreciso. Era muy común que los pontífices –encargados de introducir los Intercalaris en el calendario– no lo hiciesen en el debido momento, adelantando o retrasando la fecha unas semanas para prolongar o acortar el servicio de oficiales, magistrados, etc. Existieron casos en la historia de Roma en que los años estiraron su duración oficial, como fue el caso de Julio César, que, por razones que luego veremos, alargó su tercer consulado (año 46 a.C.), llegando a durar 445 días. Por ello, en muchos momentos de la historia romana encontramos indeterminaciones en las fechas, o años que no encajan con los cálculos.

La culpa de que el año comience el 1 de enero es de los españoles. Sí, en algún momento tendríamos que aparecer, ¿no? Como aparece en la tabla de la página anterior, el primer mes del año romano era Martius, dedicado a Marte, el dios de la guerra. ¿Os imagináis la fiesta de fin de año entre febrero y marzo, que suele ser época de exámenes? El caso es que en el siglo II a.C. hubo que alterar la posición de dos meses. Todo ocurrió hacia el año 154 a.C. con un nuevo levantamiento de lusitanos en Hispania –en la zona de Extremadura–. La sublevación estalló a finales de diciembre (décimo mes romano) y por tanto a tan sólo dos meses de concluir el año. El Senado romano debía tomar una decisión, y tenía dos opciones. Se podía organizar apresuradamente un ejército y enviar al cónsul vigente para que aplastase la revuelta en sólo dos meses, o podían dejar que la sublevación se propagara y esperar hasta Martius y la llegada de un nuevo cónsul. Teniendo en cuenta que los romanos tenían un gran respeto hacia los mos maiorum, está claro que no cambiarían la tradición de elegir al nuevo cónsul a principios del año. Por ello, y es que los romanos eran muy rebuscados, decidieron cambiar el calendario de modo que el año comenzaba en el mes de Ianuarius –y no en el de Martius, que era un momento mucho más adecuado para preparar campañas militares consulares–. A través de esta tercera solución, se consiguió respetar la tradición y lo que era más importante, designar un nuevo jefe militar para sofocar las sediciones lusitanas. ¡Ay qué calda damos los españoles!

Es necesario hacer dos aclaraciones al respecto. En primer lugar, parece ridículo que una insignificante revuelta pudiera cambiar el calendario romano, pero debemos pensar que el adelanto del inicio de año al mes de enero era una medida pensada desde hacía tiempo. Además, existe un gran debate sobre el cuándo y el porqué de que el año empiece en enero. Algunos como Plutarco o Macrobio le atribuyen el cambio a Numa, mientras que en un calendario de época imperial encontramos una anotación en el día 1 de enero que dice así: «annus novus incipit, quia eo die magistratus ineunt, quod coepit urbis conditae anno DCI» o traducido «el año nuevo empieza, porque en este día los magistrados entraron (en sus funciones), lo cual (esta costumbre de empezar el año en enero) ha comenzado el año 601 de la fundación de la ciudad». Lo que no está claro si el que los nuevos cónsules se eligieran en enero (hecho no discutido y confirmado por Tito Livio: «consules anno quingentesimo nonagesimo octavo ab urbe condita magistratum kal. ian. inire coeperunt. Mutandi comitia causa fuit quod Hispani rebellabant», que traducido viene a ser «En el año 598 de la fundación de la ciudad los cónsules entraron en cargo el primero de Enero. La causa de cambiar los comicios fue que los hispanos se rebelaban») cambió el calendario. Por último, hay que añadir que los romanos antiguos tenían uno civil y otro religioso, y parece ser que mientras que el civil comenzaba en Martius, el religioso lo hacía en Ianuarius. No es de extrañar que hubiera dos calendarios, pues en la cultura cristiana tenemos –aparte del año civil– el año litúrgico, que empieza en el Adviento (cuatro domingos antes de Navidad) y que termina con Cristo Rey (último domingo antes del Adviento).

En el año 46 a.C. –conocido como “el último año de la confusión” porque puso fin a los errores de cómputo del calendario romano–, Julio César decidió revisar el calendario romano –tarea que encomendó al astrónomo Sosígenes– para ajustarlo plenamente al ciclo solar. El año del calendario Juliano constaba de doce meses, siete de ellos de 31 días, cuatro de 30 días y uno de 28, sumando un total de 365. Ya no se necesitaba añadir un mes extra cada cierto tiempo, por lo que el Mensis Intercalaris fue eliminado del sistema. Aun así, los cálculos de Sosígenes decían que el año solar tenía una duración de 365 días y 6 horas, por lo que cada cuatro años se sumaba un día al mes de febrero. Pero no se añadía al final del mes, como hacemos nosotros, sino que en el mes de Februarius había dos días 24. Según el cómputo del tiempo romano, el 24 de febrero era el día sexto antes de las kalendas de marzo (ante diem Sextum Kalendas Martias), de modo que el 24 de febrero repetido sería «bis sextum», apaño de donde deriva nuestro término bisiesto, con el cual nos referimos a los años de 366 días.

Julio César tuvo que añadir diez días al calendario para corregir los desajustes producidos con el tiempo. Macrobio nos narra cómo distribuyó esos diez días:

Por otra parte, los diez días que hemos dicho que fueron añadidos por él los distribuyó por este orden. Introdujo dos días en cada uno de los siguientes meses: enero, sextil y diciembre; uno en abril, junio, septiembre y noviembre. Pero no añadió un día más a febrero, para que no se alterase el temor religioso a los dioses infernales; y a marzo, mayo, quintil y octubre los mantuvo en su antiguo estado porque ya les era suficiente su número, esto es 31 días. Macrobio, Saturnalia XIV, 7

Calendario Romano - Juliano

Pero los cálculos de Sosígenes no fueron correctos del todo. La Tierra completa el ciclo solar en 365 días, 5 horas, 48 minutos y 15 segundos. En 1582 se percataron del error, y esos más de 11 minutos contados adicionalmente cada año habían supuesto un desajuste de cerca de trece días. Así se instauró el calendario gregoriano, pero ese no es el que ahora nos concierne.

Los nombres de los meses

Como ya habréis visto, los nombres de nuestros meses son muy semejantes a los que tenían los romanos, y es que vienen directamente del latín. Pero, ¿a qué se deben esos nombres?

En sus inicios, el primer mes del año era Martius, mes dedicado a Marte, el dios de la guerra y padre de Rómulo y Remo. En este mes tenían lugar los reclutamientos de jóvenes para el ejército y las elecciones del nuevo cónsul, que gozaría de un año entero para dirigir a sus soldados contra los enemigos de Roma. Martius era el mes ideal para comenzar una campaña militar, pues ya habían cesado las fuertes nevadas del invierno y empezaba el buen tiempo de la primavera.

El siguiente en la lista era Aprilis, cuyo nombre no se sabe con certeza de donde proviene. Una teoría dice que deriva del verbo aperire (abrir), ya que es el mes de la temporada de apertura de las flores y la germinación de las plantas. Pero Aprilis estaba consagrado a Venus, la diosa de la belleza y madre de Eneas, el antepasado de Rómulo y Remo que huyó del incendio de Troya y recorrió buena parte de las costas mediterráneas para acabar en la península Itálica con la misión de fundar una nueva troya. Eneas era griego, y la diosa griega equivalente a Venus era Afrodita, por lo que hay historiadores que sostienen que el mes de Aprilis debía su nombre a la diosa Aphrodita, evolucionando fonéticamente de la forma etrusca asociada con esta diosa (Apru) o del diminutivo griego para la misma (Aphros).

De nuevo, hay varias teorías acerca del origen del nombre Maius. Una de ellas dice que debe su nombre a la diosa griega Maya, que equivaldría a la diosa romana de la fertilidad y del crecimiento, Bona Dea, cuya fiesta se celebraba durante el mes de Maius. Ovidio ofrece una segunda etimología, en la que sostiene que Maius se llama así por el latín maiores (viejos, mayores) y que el mes siguiente (Iunius) por iuniores (jóvenes).

Iunius parece que proviene de la diosa Juno, esposa de Júpiter y protectora del matrimonio y de las mujeres. Sin embargo, Ovidio atribuía el nombre Iunius a iuniores.

Los siguientes cinco meses (Quintilis, Sextilis, September, November y December) debían sus nombres a la posición en la que se encontraban, es decir, Quintilis era el quinto mes, Sextilis el sexto, September el séptimo, November el noveno y December el décimo. No hay que olvidar que en aquellos tiempos el primer mes era marzo, y no enero, por lo que hoy en día “diciembre” no es el décimo mes, sino el duodécimo.

Numa Pompilio mandó construir un templo al dios Jano o Ianus en latín, dios al que consagró el mes de Ianuarius, introducido también por él en el calendario romano. Ianus tenía dos caras mirando hacia lados opuestos, y era el dios protector de las puertas de las murallas de Roma y de las viviendas. Tenía otro atributo, era el dios de los principios y de los finales, por lo que enero era el mes del dios bifronte que vigilaba el paso de un año abriendo las puertas a otro. De nuevo aparece el debate sobre si el año comenzaba el 1 de enero, porque si Ianuarius no fue el primer mes del año hasta el siglo II a.C. ¿cómo es que era el mes que abría el nuevo año? Aparentemente esto no tiene mucho sentido, pero es que los romanos tenían dos calendarios, uno civil y otro religioso. El civil, que comenzaba en Martius con la entrada de los magistrados a sus cargos hasta que sucedió aquella revuelta lusitana que obligó a cambiar el inicio del año al día 1 de enero, y el religioso. Parece ser que en el calendario religioso los meses de Ianuarius y Februarius precedían a los otros diez.

Februarius fue añadido al calendario también bajo el reinado de Numa, y era el mes de la purificación, que en latín se dice februum. En el día 15 de ese mes tenían lugar los Februa, una serie de rituales de purgación, lavado y limpieza para acabar el año libres de todo pecado. No hace falta decir que Februarius pasó en el siglo II a.C. a ser el segundo mes del año.

Julio César no hizo reforma alguna en la nominación de los meses, pero después de su muerte sí la hubo, y en su honor. En el año 44 a.C., Marco Antonio decidió, para halagar la vanidad de César, dedicarle el mes de su nacimiento (Quintilis), que pasó a llamarse Iulius. Más tarde, en el año 8 a.C., por iniciativa del Senado Romano se acordó renombrar el mes de Sextilis en adulación a Cayo Julio César Octaviano, más conocido como César Augusto, dando lugar al mes de Augustus. Éste no era el mes de su nacimiento, pero los hechos más importantes de su subida al poder –incluida la caída de Alejandría– ocurrieron en agosto.

A Tiberio –sucesor de Augusto– se le planteó la idea de dar su nombre a septiembre, pero la rechazó al externar sus dudas sobre qué ocurriría cuando ya se hubiese reasignado nuevos nombres a todos los meses. Más tarde otros emperadores como Calígula, Nerón o Domiciano nombraron alguno de los meses en su honor, pero finalmente se volvió a los nombres de la época de Augusto.

Hoy, día 4 de enero, es viernes

Como veréis más adelante, los romanos contaban los días en relación con tres fechas clave de cada mes, pues no conocían la semana. La costumbre de dividir el mes en semanas venía de Oriente Próximo, de la zona de Mesopotamia. Los romanos introdujeron el uso de la semana por influencia del Cristianismo a principios del siglo IV.

La palabra semana viene del latín septimana (siete días). Los nombres de los días tenían una estructura común, el nombre del dios o astro en genitivo seguido de día en nominativo. En español no ocurre, pero en otras lenguas como francés o italiano se conservan las raíces de las dos palabras: Lunae dieslunedi (italiano) y lundi (francés). La construcción anglosajona es muy parecida (Monday, moon: luna, day: día), pero una vez más me estoy yendo por las ramas. Veamos la procedencia de los nombres de los días.

Los primeros cinco días de la semana estaban dedicados a dioses y astros. El lunes era el día consagrado a la luna (Lunae dies); el martes debía su nombre a Marte, el dios de la guerra (Martis dies); el miércoles a Mercurio, el dios del comercio y de los viejeros (Mercurii dies); el jueves a Júpiter, el rey supremo de todos los dioses (Iovis dies); y el viernes era el día de Venus, la diosa del amor y de la belleza (Veneris dies). En Roma, el sexto día de la semana estaba dedicado a Saturno, el dios de la agricultura (Saturni dies); y el que cerraba el ciclo era el día del Sol, el astro vencedor (Solis dies). Pero por influencia hebrea, el Saturni dies pasó a ser el sábado (Sabat), día en que Dios descansó tras crear el mundo; y por influjo cristiano el Solis dies se convirtió en el Dominicus dies, el día en el que el Señor resucitó. En inglés sin embargo se tomaron los términos originales romanos –ignorando que estos habían introducido anteriormente los nombres judío y cristiano–, siendo el sexto día de la semana Saturday (Saturn: Saturno, day: día) y el séptimo Sunday (Sun: Sol, day: día).

El cómputo de los años

Para la datación de los años, los romanos utilizaban tres procedimientos diferentes, cada uno con sus peculiaridades lingüísticas.

El más habitual era el de usar como referencia los nombres de los cónsules del año que querían fechar, poniendo en ablativo toda la construcción. Por ejemplo, el año 59 a.C. se enunciaba «C. Iulio Caesare et M. Calpurnio Bibulo consulibus», es decir «Siendo cónsules C. Julio César y M. Calpurnio Bíbulo».

Otra forma que tenían de numerar los años era contando desde la fundación de Roma (año 753 a.C.) con la expresión «ab urbe condita» precedida del año (en caso de que el número se escribiese con letras, la construcción era en ablativo). Así, el año de la secessio plebis fue en el «anno duocentesimo sexagesimo ad urbe condita», o en una forma abreviada, en el «CCDX A.U.C».

Los romanos también tomaban como referencia la expulsión de Tarquino el Soberbio y la abolición de la monarquía (año 509 a.C.), usando la expresión «post reges exactos» (al igual que en el método anterior la construcción se escribe en ablativo). Así, el año en que se destruyó Cartago sería el «CCCDXIII P.R.E», o el «trecentessimo sexagesimo tertio post reges exactos».

El método actual de cómputo de los años, por el cual nos encontramos en el año 2012, está basado en el nacimiento de Cristo, el «Anno Domini», y fue inventado por un monje del siglo VI, Dionisio el Exiguo. En castellano usamos la expresión «antes de Cristo» y «después de Cristo», o «a.C. – d.C.», gran grupo de rock clásico, por cierto.

Método para contar los días del mes

Nosotros, hombres del siglo XXI expresamos las fechas del mes usando números cardinales, contando los días del mes: «Yo nací el 3 de septiembre», «Hoy es 5 de enero», o «Según los mayas el mundo se acabó hace 16 días, el 21 de diciembre». Sin embargo los romanos tenían un sistema un tanto más complicado, pero a su vez más interesante y menos monótono. No contaban los días desde el primero de cada mes, sino que dentro de cada mes había tres fechas clave que tomaban como punto de referencia para calcular el resto de los días, contando hacia adelante o hacia atrás. Estas no se tomaban aleatoriamente, sino en relación con las fases de la luna, pues como nos dice Ovidio: «Luna regit menses».

– Kalendae (“Kal”). Eran siempre el primer día del mes, correspondiéndose con el novilunio. Parece que el término viene del verbo calare (proclamar), ya que en estos días se convocaba al pueblo en el Capitolio y se anunciaba e indicaba el número de días hasta la celebración de las nonas del mes.

– Idus (“Id”). Coincidían con el plenilunio, cuando la luna estaba llena, diecisiete días antes de las siguientes calendas. Para celebrarlo, se sacrificaba una oveja (ovis idulis) en honor a Júpiter Optimus Maximus. En los meses de 29 días (Ianuarius, Aprilis, Iunius, Sextilis, September, November y December) los idus caían el 13, y en los de 31 (Martius, Maius, Quintilis y October) el día 15. El mes de Februarius, aunque sólo tuviese 28 días, se contaba como los meses de 29, es decir, los idus eran el decimotercer día. Etimológicamente, la palabra idus viene del verbo iduare (que equivale a dividere), ya que partía el mes lunar.

– Nonae (“Non”). Caían en cuarto creciente, nueve (de ahí la palabra nonae) días antes de los idus, es decir el día 5 en los siete meses de 29 días y en Februarius, y el 7 en los cuatro de 31. En las nonas, el rex sacrorum anunciaba al pueblo las festividades del mes, por lo que antes de estos días nunca había días festivos.

kalendas, idus y nonasAntes de proseguir; una peculiaridad sobre cómo los romanos calculaban los días. Cuando contaban desde la fecha que querían datar hasta el siguiente día clave, lo hacían incluyendo también el día en el que estaban, es decir era un cálculo inclusivo. Pongamos que estamos a martes, mientras que nosotros diríamos que estamos “a tres días del viernes” o “tres días antes del viernes”, los romanos dirían que estamos “a cuatro días del viernes” o “cuatro días antes del viernes”, puesto que cuentan el día en el que se está hablando (martes, miércoles, jueves y viernes, cuatro días).

Si querían indicar una de estas tres fechas fijas, la ponían en ablativo plural femenino junto con el adjetivo del mes correspondiente. Por ejemplo los idus de enero serían «Idibus Ianuariis», las calendas de marzo serían «Kalendis Martiis» y las nonas de julio «Nonis Quintilibus». El resto de las fechas del mes se calculaban o expresaban a partir de ellas . Si se trataba de indicar el día anterior o posterior de las tres fechas anteriores, se ponía el adverbio pridie (víspera) o postridie (el día después de) seguido de la fecha y del adjetivo del mes correspondiente en acusativo plural femenino. De este modo, el 29 de diciembre era el «Pridie Kalendas Ianuarias», y el 16 de octubre era el «Postridie Idus Octobres». Para los días que no se podían expresar con ninguno de estos dos adverbios, se contaban los días que faltaban para llegar hasta el más próximo de las tres fechas fijas (teniendo en cuenta la precisión hecha anteriormente) y se colocaba la expresión ante diem, seguida del número del día correspondiente –escrito en numeral ordinal o en números romanos–, del nombre de la fecha clave que se tomaban como referencia y el adjetivo del mes que correspondía, todos ellos en acusativo. Usando esta formulación, el día 10 de enero se expresaría «ante diem IV Idus Ianuarias», o «A.D. IV Id. Ian.» en su forma abreviada, y el 24 de febrero sería «ante diem VI Kalendas Martias» o «A.D. VI Kal. Mar.». Si me lo permiten, haré una precisión gramatical latina. Hemos visto que para expresar un día aparece una fecha de referencia (Kalendae, Nonae o Idus) junto al mes en cuestión. También sabemos que la traducción al castellano de cualquiera de estas expresiones va a ser “…… calendas de un mes”, como por ejemplo «A.D. VI Kal. Mar.»: «a seis días de las calendas de marzo». Sin embargo, el nombre del mes en latín no es un complemento del núcleo (kalendas, nonas, idus) en caso genitivo, sino un modificador o sintagma adjetival. Es decir, no es «Martii» (“de marzo”), sino «Martias» (“marcias”, que aunque es un adjetivo muy poco común y algo obsoleto, significa “relativo al mes de marzo”). Así, Ianuarius, Februarius, Martius, Maius y Iunius se declinan por la primera y la segunda declinación (-us, -a, -um), y los seis restantes por la tercera (-is, -e). Teniendo en cuenta que kalendae, nonae e idus son todo sustantivos femeninos, podemos olvidarnos de la terminación neutra. Asimismo hemos de recordad que dichos sustantivos son «pluralia tantum», es decir, que sólo existen en plural. De este modo nos quedamos con las terminaciones del femenino plural de los casos que ahora vamos a ver. Fijémonos de nuevo en la expresión «ante diem………». Los adjetivos de los meses deben declinarse en acusativo plural como el resto del sintagma (pues todo ello va regido por la preposición “ante”). Así tendremos algunos meses como Ianuarius con la terminación –as, y otros como October acabados en –es. Lo mismo ocurre con los adverbios pridie y postridie, que también rigen acusativo. Por otro lado, cuando la fecha que se quería expresar era exacta (kalendae, nonae e idus, entiéndase), el sintagma entero se ponía en ablativo. De nuevo tenemos meses como Febrarius con la terminación –is, y otros como Sextilis acabados en –ibus. Como ya sabemos, Quintilis y Sextilis fueron sustituidos por Iulius y Augustus, ambos sustantivos de la segunda declinación, por lo que se comportarían como Ianuarius, Februarius, Martius y Maius, que ya hemos visto. Hasta ahora hemos hablado de fechas dentro del calendario de Numa Pompilio, aquel de 355 días repartidos en siete meses de 29, cuatro de 31 y febrero de 28 (más el Intercalaris). Julio César cambió la duración de los meses, y aparentemente eso podría haber afectado a las nonas y los idus, pero el César no quiso modificar los días fijados por Numa (5 y 7 para las nonas y 13 y 15 para los idus) de manera que añadió los días al final de cada mes, una vez terminadas todas las fiestas correspondientes. Lo único que se cambió fue la distancia entre los idus de cada mes y las calendas del siguiente, que pasó a ser de 17, 18 o 19 días dependiendo de si caían el 13 o 15, y del número de días del mes. De nuevo podemos recurrir a Macrobio:

Por esta razón tienen las nonas el día 7, como lo estableció Numa, puesto que Julio no lo cambió en absoluto; ahora bien, enero, sextilis y diciembre a los que César añadió dos días, aunque comenzaron a tener 31 días después de César sin embargo tienen las nonas el día 5 y las calendas que vienen a continuación desde aquellos idus son calculados desde el 19, puesto que César no quiso que los días que añadía se incorporaran ni antes de las nonas, ni antes de los idus, para no corromper con la reforma el respeto de las nonas o de los idus que ya estaba establecido. Así resultó que, puesto que todos estos meses a los que añadió días habían tenido esta organización computando hasta el decimoséptimo día del mes siguiente, después, a partir del aumento de los días añadidos, éstos que recibieron dos tenían el cómputo de las calendas hasta el decimonoveno, los que uno hasta el decimoctavo. Macrobio, Saturnalia XIV, 8

¿Cómo entender un calendario romano?

Los calendarios de la Roma antigua eran planos diacrónicos que mostraban las festividades religiosas así como los días del mes, con anotaciones varias. Los meses son dispuestos de izquierda a derecha, en columnas verticales, en las cuales se catalogan los días del mes de arriba abajo. Cada columna contiene varios elementos. En la zona izquierda de cada columna aparecen de arriba abajo ocho letras mayúsculas (A-H). Estas letras que se repiten de forma continua a lo largo de todo el año son conocidas como litterae nundinales, porque forman una secuencia de nueve días (no olvidemos que los cálculos son incluyentes). Este ciclo era una especie de semana comercial, puesto que en el último de sus días –llamado nundinae y representado en los fasti con la letra A en rojo– se celebraban los mercados locales. Aun así era tan sólo un dispositivo de cálculo, y no hay constancia de que los romanos utilizaran esas letras para referirse a los días fuera de los calendarios escritos. En la parte superior de cada columna aparece el nombre del mes abreviado (Ian, Feb, Mar, etc.). Esta primera casilla no era sólo el “título” de la columna, sino que era ye el primer día del mes, por lo que a la izquierda del nombre del mes hay una letra K de kalendae. De modo similar, en el día que les corresponde aparecen las nonae (Non) y los idus en una forma más arcaica de la palabra (Eidus). El número total de días de cada mes era especificado debajo de cada columna. Por otra parte, aunque en los Antiates Maiores no aparezca, en fragmentos de otros calendarios que se conservan, aparecen en cada día el número que le corresponde dentro del mes inmediatamente después de la littera nundinalis, pero lo dicho, en muy pocos casos.

Inmediatamente después de las litterae nundinales, hay otro grupo de letras (notae dierum) que indicaban el carácter de los días. Los más comunes eran los Dies Fasti (F), Nefasti (N) y Comitiales (C). Veamos lo que dice Macrobio al respecto:

Ahora hablaremos sobre los laborables y los que proceden de éstos: fastos, comiciales, días de aplazamiento, de vencimiento y de combate. Los fastos son aquellos en los que le es lícito a un pretor decir tres palabras solemnes: «do, dico, addico» (doy, digo, apruebo). Sus contrarios son los nefastos. Los comiciales son aquellos en los que se puede presentar un proyecto al pueblo; ciertamente en los fastos se puede proponer una ley, pero no se puede proponer al pueblo, en los comiciales pueden hacerse ambas cosas. Los días de aplazamiento son en los que es lícito establecer compromiso; los de vencimiento aquellos que son instituidos para un juicio con un extranjero. Macrobio, Saturnalia XIV, 13-14

En conclusión, los Dies Fasti eran días sagrados en los que el pretor podía “pronunciar las tres palabras” para administrar justicia. Los Dies Comitiales eran días en los que los comicios romanos podían ser convocados (salvo en las nundinae y en algunas fiestas específicas) para votar leyes, elecciones de magistrados, o sobre el veredicto en ciertos tipos de delitos. En el año 58 a.C. se unieron a los Fasti para disponer de más días para celebrar asambleas. Los Dies Nefasti eran lo contrario de los Fasti y de los Comitales, ya que no se podía legislar.

Leamos ahora a Ovidio acerca de los Fasti, los Nefasti y los Dies Endotercisi (EN):

Para que no ignores las leyes que rigen los diferentes días debes saber que cada jornada no posee el mismo contenido. Será nefasto aquél día durante el cual en los tribunales se silencian las tres palabras; y fasto, aquél en que está permitida un acción legal. Pero no pienses que las mismas leyes mantienen su vigencia durante el día entero: encontrarás que (por la tarde) puede ser fasto aquel que por la mañana puede ser nefasto, pues tan pronto como pueden ser ofrecidas a la divinidad las entrañas de un víctima, es lícito pronunciar todo tipo de palabras y el honorable pretor tiene libertad para hablar. Hay también días en que se tiene derecho a convocar al pueblo en el recinto del voto. Ovidio, Fasti I, 45-62

Los Dies Endotercisi son días en los que la actividad profana solo se permite en una parte del día, siendo Nefasti por la mañana y por la tarde, y Fasti entre medias. Varrón se refiere ellos como Dies Intercisi:

Dies Intercisi (entrecortados) son aquellos durante los cuales la mañana y la tarde son nefas (religiosamente prohibidos); en cambio, es fas (admitido religiosamente) el tiempo que media entre la inmolación de una víctima y el ofrecimiento de sus vísceras. Y se llaman intercisi precisamente porque en ellos el fas se intercala y el nefas resulta por ello interrumpido (intercisum). Varrón, De Lingua Latina VI, 16

Hay que diferenciar los Dies Intercisi o Endotercesi de los Dies Fissi, de los que se registran solamente tres. Dos de ellos eran el 24 de marzo y el 24 de mayo y estaban marcados como QRCF (Quando Rex Comitiavit Fas). No se conoce muy bien lo que esta acción podría implicar, pero se sabe que el día comenzaba como nefastus y terminaba siendo fastus. Ocurría algo similar el 15 de junio, fecha que aparecía junto a la anotación QStDF (Quando Stercus Delantum Fas). De igual manera, este día empezaba siendo nefastus y acababa como fastus. Varrón nos habla a continuación sobre la naturaleza de los conocidos como QRFC y QStDF.

El día que se llama «cuando el rey acuda al comicio, es fas» (QRCF) se denomina así porque en esa fecha el sacerdote que dirige los comicios (rex sacrificulus) acude al comicio: hasta ese instante el día es nefas; a partir de él, fas; en consecuencia, a menudo se administra justicia después de ese momento. El día que se llama «cuando la basura haya sido sacada, es fas» (QStDF), es así denominado porque en esa fecha se barre la basura del templo de Vesta y, bajando por la costanilla del Capitolio, es llevada a un lugar determinado. Varrón, De Lingua Latina VI, 17

De la signatura NP, que aparece 49 veces al año, no conservamos ninguna información que pueda revelar su significado. La mayoría de los investigadores están de acuerdo en que la N es la inicial de Nefastus, pero existen muchas hipótesis sobre lo que podría significar la P, entre las que destacan: principio, priore y parte. Personalmente me decanto por la interpretación de Nefastus Priore, ya que se puede apreciar una transición de Nefastus (las horas de la mañana) a Fastus (las horas de la tarde). Pero fuera su significado el que fuera, todos los días marcados con NP ellos caen en días con ceremonias o con nombre propio, por lo que se ha de suponer que estos días NP son un tipo especial de días dentro de los que tienen nombre.

A lo largo del año aparece tres veces la inscripción FP, de la que tampoco tenemos mucha información original. De nuevo la mayoría de investigadores acepta que la F es la inicial de Fastus, pero sin embargo sus opiniones acerca del significado de la P son dispares. Pero como antes, yo lo interpreto como Fastus Priore, ya que pasa de ser día Fastus por la mañana a Nefastus por la tarde. Sin embargo, de estos –al ser sólo tres– sabemos mucho menos.

Existían también los Dies Festi, que generalmente venían marcados con nombres propios abreviados y en mayúscula. Eran Feriae Publicae (“fiestas nacionales”), festividades reservadas a los dioses y a la religión. Eran Dies Festi: Agonalia (AGO), Armilustrium (ARM), Carmentalia (CAR), Ceralia (CER), Consualia (CON), Divalia (DIV), Equirria (EQU), Feralia (FER), Fontinalia (FON), Fordicia (FOR), Furrinalia (FUR), Larentalia (LAR), Liberalia (LIB), Lucaria (LUC), Lupercalia (LUP), Matralia (MAT), Meditrinalia (MED), Neptunalia (NEP), Opiconsivia (OPI), Parilia (PAR), Poplifugia (POP), Portunalia (POR), Quinquatrus (QUIN), Quirinalia (QUIR), Robigalia (ROB), Saturnalia (SAT), Terminalia (TER), Tubilustrium (TUB), Vestalia (VES), Vinalia (VIN), Volcanalia (VOLK) y Voltrunalia (VOLT).

El día después de Terminalia se celebraba el Regifugium (REG), y según nos cuentan Varrón y Ovidio, esta festividad conmemoraba la huida del último rey de Roma, Tarquino el Soberbio.

Nunc mihi dicenda est regis fuga. Traxit ab illa sextus ab extremo nomina mense dies. Ultima Tarquinius Romanæ gentis habebat regna, vir iniustus, fortis ad arma tamen. Ovidio, Fasti VI, 682-688

También se indicaban los días en que se celebraban juegos en honor de los dioses (LUDI).

Los días siguientes a las kalendae, nonae e idus eran conocidos como Dies Postriduani, y en ellos no se podía ofrecer sacrificios a los dioses –al igual que en las tres fechas fijas que los precedían–, se evitaban los viajes y no se celebraban matrimonios o ceremonias del estilo, puesto que eran considerados Dies Atri, “días negros” o portadores de mala suerte. Nos lo cuenta Ovidio:

El culto de Juno reclama para sí las kalendas Ausonias; en los idus se inmola en honor de Júpiter una oveja blanca de buen tamaño; las nonas carecen de divinidad tutelar. El día siguiente a todos esto días -¡cuidado no os equivoquéis!- será un día negro. Su signo desfavorable tiene su origen en hechos históricos: en esos días Roma, bajo la hostilidad de Marte, sufrió tristes calamidades. Se aplicarán a todos los fastos estas observaciones que sólo hago en esta ocasión para no verme obligado a romper la continuidad temática. Ovidio, Fasti I, 59-62

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Fasti antiates reconstruccion

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División del día y la noche

Por ahora todo lo que hemos visto acerca del sistema romano del cómputo del tiempo es un tanto complejo comparado con nuestro sistema actual. El día sin embargo –aunque no estaba partido en 24 fracciones iguales de 60 minutos– tenía una división muy parecida a la nuestra, siendo la unidad principal la hora. Los romanos dividían el día –tiempo en que la luz solar iluminaba la Tierra, desde la salida del Sol hasta el ocaso– en doce horas. Pero estas no tenían una duración fija de 60 minutos, eran horas versátiles que se adecuaban a la época del año y a lo que se extendiese el día. Precisamente porque el día no eran 720 minutos (comprendidos en 12 horas de reloj) sino el tiempo variable que pasaba desde las primeras luces matutinas hasta el anochecer. Como todos sabemos, los días en verano son más largos que la noche y en invierno más cortos. Así, el 21 de junio cada una de las doce horas de la jornada romana tenía el equivalente a 76 minutos, mientras que el 21 de diciembre las horas eran de 44 minutos.

Es fácilmente deducible que la medida del tiempo para la gente común no dejaba de ser algo aproximativo, pero no debemos asumir que esto pudiera suponer problema alguno para ellos, ya que medían el tiempo con relojes de Sol (gnomon). Como el tiempo de exposición del Sol en invierno es menor que en verano, el reloj se adecúa a la duración solar de las horas. En los días nublados o durante la noche se establecía la hora mediante clepsidras, relojes de agua.

Las horas del día iban desde hora prima hasta hora duodecima. El meridies o mediodía se situaba al final de la hora sexta, cuando los romanos descansaban y se echaban una siesta (palabra que viene de sexta). La noche se dividía en cuatro vigiliae de tres horas cada una. La media nox o medianoche era al acabar la secunda vigilia. Los turnos de vigilancia de los soldados en los campamentos militares o de los prefectos en las ciudades se llamaban vigiliae, y de ahí se adoptó el término.

horas

Equivalencias de las horas romanas con las nuestras en la antigua ciudad de Roma

Bibliografía

NEGRETE, J., Roma Victoriosa, Madrid, La esfera de los libros, 2011

SAYLOR, S., Imperio, La esfera de los libros, 2011

MACROBIO (trad. por MESA SANZ, J.F.), Saturnales, Madrid, Akal, 2007 [ver en Google Books]

VARRO (trad. por ROLAND G, K.), On the Latin Language, Cambridge, 1938 [ver en Google Books]

VARRÓN (trad. por MARCOS, M.A.), De Lengua Latina, Barcelona, Anthropos [ver en Google Books]

THAYER, B.Bill Thayer’s Website

McNamara, P & Trumbull, D. Julian Calendar

SANZ, J. 2006. Historias de la Historia

IDVS, Imperio Romano

2003. Tarraconensis

MIM, J. 2012. Damnatio Memoriae

2012. La ceja del rey

Imperivm Romanvm

MORENO, A. 2010, Hortus Hesperidum


[1] El mal sentimiento que los romanos tenían sobre los números pares y en concreto acerca de los 28 días de Febrarius se ve reflejado en la obra de Macrobio, Saturnalia 13, 7 «…pero sólo febrero mantuvo 28 días, como si a los infiernos les conviniera una reducción y un número par».

 

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Roger Pearse

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