Esto es un borrador, la publicación final está en espera
1 – LA EUROPA DEL SIGLO XVIII
1.1 Una sociedad estamental
La población europea durante el Antiguo Régimen aparecía dividida en tres grupos sociales denominados estamentos: nobleza, clero y pueblo llano. En este modelo de sociedad, cuyo origen se remonta a la época medieval, predominaban todo tipo de desigualdades.
Los nobles constituían un reducido grupo aristocrático y ocupaban casi todos los altos cargos del Estado (ministros, consejeros, embajadores, generales, gobernadores provinciales, jueces, alcaldes) y gozaban de cuantiosas concesiones honoríficas y privilegios económicos y fiscales, así como de vastas extensiones de tierra, que aseguraban el mantenimiento de su poder y riqueza. A la aristocracia nobiliaria se pertenecía por nacimiento, y las posibilidades de ascender o descender socialmente, pasando de un estamento a otro, eran muy escasas. No obstante, aunque infrecuente, también era posible acceder a la nobleza mediante la compra de un título nobiliario o gracias a la concesión regia de un ducado, un condado o un marquesado como recompensa individual por los servicios prestados al monarca. En cualquier caso, los nobles formaban un grupo heterogéneo, ya que entre ellos existían importantes diferencias de renta, poder y riqueza. Asimismo, dentro de este estamento había distinciones jerárquicas y rangos (duques, condes, marqueses, vizcondes, barones, caballeros, hidalgos).
El clero por su parte -ya fuese católico, protestante u ortodoxo- se beneficiaba de los diezmos, un impuesto especial por el cual los campesinos debían entregar una décima parte de la cosecha obtenida. También controlaba la educación de niños y jóvenes, se ocupaba de la censura de las publicaciones escritas y predicaba la obediencia a la autoridad de los reyes absolutos. Al igual que la nobleza, eran un grupo jerárquico y con grandes diferencias económicas, pues el alto clero disfrutaba de los lujos y los privilegios característicos de la aristocracia, mientras que el bajo clero provenía del estado llano y llevaba una vida modesta.
Sin embargo, el 90 por ciento de la población europea carecía de privilegios y pertenecía al pueblo llano, también llamado Tercer Estado. Este estamento agrupaba a personas muy diferentes, tanto por su condición económica como social. Estaba integrado mayoritariamente por campesinos (siervos, jornaleros, arrendatarios y pequeños propietarios), que trabajaban bajo condiciones muy duras las tierras de los grupos privilegiados, a los que pagaban cuantiosos impuestos. El estado llano también incluía también a las clases populares urbanas, que agrupaban a los trabajadores manuales de las ciudades: pequeños artesanos, empleados del servicio doméstico, soldados, obreros de las manufacturas, vagabundos y mendigos. Por último, la burguesía urbana era también muy variada: banqueros, comerciantes, tenderos, grandes propietarios de talleres artesanos, burócratas empleados en el servicio administrativo estatal, abogados, médicos, profesores, periodistas, etc.
En su origen (siglos IX-X), la sociedad estamental medieval no era injusta, pues existían tres grupos que se complementaban: los bellatores, que defendían al resto de la sociedad; los oratores, que rezaban y educaban al pueblo tanto espiritualmente como culturalmente; y los laboratores, que trabajaban para alimentar a la sociedad. Las relaciones de vasallaje eran un acuerdo tácito entre los señores feudales y los aldeanos, contrato por el cual el noble se comprometía a dar protección militar al campesino, que a cambio trabajaba las tierras de su señor.
En una sociedad agraria y rural como era la medieval, la riqueza estaba en la tierra, por lo que lo que producía ganancias y beneficios era el trabajo en el campo. Si hubiese sido así, los nobles -que no cultivaban sino que se dedicaban a la lucha- no se habrían enriquecido como realmente hicieron. Los miembros de la nobleza tenían gastos propios y necesarios -en guerras o ceremonias-, por lo que apelando a su condición exigieron leyes privadas que les eximieran de pagar impuestos. Eso es lo que se otorgó durante la Edad Media a nobles y clérigos, privilegios, que como Isidoro de Sevilla definió, «privilegia sunt leges privatorum, quasi privatae leges», es decir leyes privadas o para órganos específicos y privados.
Durante los primeros siglos de Edad Media las relaciones de vasallaje entre los tres estamentos funcionaron y fueron aceptadas por la Europa feudal. Sin embargo, a partir del surgimiento del nuevo Estado moderno, los nobles perdieron el papel de guerreros cediéndoselo a los ejércitos regulares de los reyes de cada país. Así, los miembros de la nobleza dejaron de ser los bellatores defensores del pueblo y se centraron más en la vida política y dedicaron sus esfuerzos a adquirir poder y a enriquecerse. Pero, al mismo tiempo, las monarquías autoritarias se fortalecieron restando poder a la nobleza, que previamente durante la Edad Media había acumulado casi el mismo poder que el rey (primus inter pares). Además, en los siglos que vinieron después, surgió la burguesía que adquirió riquezas y los nobles, que vieron que estaban perdiendo importancia y poder, endurecieron las condiciones a las que sometían a sus vasallos, generando un mayor malestar entre los campesinos.
1.2 El absolutismo monárquico
En casi todos los países europeos durante el Antiguo Régimen, el sistema de gobierno existente era la monarquía absoluta y hereditaria. Las únicas dos excepciones se encontraban en Gran Bretaña, donde el Parlamento se había impuesto sobre la autoridad real desde 1688, y en la pequeña república de Suiza, donde una rica oligarquía monopolizaba el poder.
El absolutismo defendía la superioridad del monarca sobre todos sus súbditos, que están sometidos al gobierno del rey. Los partidarios del absolutismo justificaban la autoridad política de los monarcas y defendían su derecho divino a gobernar. Puesto que la soberanía era de carácter divino, el rey gobernaba en nombre de Dios, y para reflejar su poder, encarnaba el Estado en sí mismo, proclamándose dueño de todas las tierras y acumulando un poder incuestionable.
Los reyes gobernaban concentrando en sus manos, de manera casi ilimitada, todos los poderes del Estado: dictaban leyes, actuaban como jueces supremos, fijaban impuestos, dirigían el ejército, controlaban las relaciones exteriores y designaban a jueces, generales y altos mandos del ejército, gobernadores provinciales y consejeros. Estos consejeros o ministros, conocidos como validos, eran elegidos por su lealtad manifiesta y llegaban a asumir la toma de decisiones y la dirección de los asuntos de gobierno, ya que los reyes delegaban -total o parcialmente- sus poderes en ellos.
No obstante, la mayoría de los reyes no deseaban comportarse como tiranos, puesto que se consideraban padres para su pueblo y concebían su poder como una responsabilidad que les obligaba a promover la justicia y el bien común. Por este motivo disfrutaron durante mucho tiempo del cariño y del respeto general de sus súbditos.
1.3 El desmoronamiento del Antiguo Régimen
Las instituciones y estructuras del Antiguo Régimen entraron en crisis durante el último tercio del siglo XVIII. Los monarcas absolutos y sus consejeros fueron incapaces de afrontar y resolver los graves problemas de la época: grandes deudas, continuas guerras, la inflación, el malestar popular, las tensiones sociales, la insatisfacción de la burguesía y la oposición de muchos intelectuales ilustrados.
Los monarcas y los nobles aristócratas debían invertir grandes sumas de dinero en las guerras a las que dirigían sus tropas -pues tenían que pagar los desplazamientos y los salarios a todos sus soldados-, en los grandiosos festines -necesarios para dar buena imagen al pueblo y para convencerles de que prestaban vasallaje a un buen señor-, en los actos políticos y diplomáticos -en los que iban acompañados de enormes séquitos de cortesanos-. Así, en toda Europa el déficit financiero aumentó sumergiendo a los principales países en una profunda crisis económica, por lo que alzaron los impuestos.
Al mismo tiempo los constantes conflictos bélicos, que exigían masivos reclutamientos de jóvenes, junto con la repetición periódica de hambrunas y las fuertes alzas de precios en los alimentos de primera necesidad (causadas por el crecimiento demográfico iniciado a mediados del siglo XVIII) extendieron el descontento entre la población y provocaron frecuentes protestas y violentos disturbios en los campos y ciudades de Rusia, Francia, España, Austria, Portugal, Noruega, Holanda e Italia.
Por otro lado, la sociedad estamental y los privilegios de la nobleza y el clero comenzaron a recibir el rechazo general y la crítica de los intelectuales ilustrados, que pretendían difundir las nuevas ideas liberales. La burguesía, que cada vez era más numerosa y rica, se sentía injustamente rechazada y humillada al permanecer excluida del gobierno y la administración del país, de modo que reclamaron la participación política inspirándose en el liberalismo, ideología que defendía y apoyaba sus intereses. Los burgueses, conscientes de su fuerza y apoyados ocasionalmente por resto del pueblo llano, protagonizaron la rebelión contra el viejo orden político-social, derribaron el absolutismo y la organización estamental e impusieron por la fuerza las ideas revolucionarias liberales.
En Francia, un noble es muy superior a un negociante. Yo no sé sin embargo quién es más útil a un Estado; el señor bien engalanado que sabe con precisión a qué hora se levanta el rey, y que se da aires de grandeza, o un negociante que enriquece a su país, da órdenes en El Cairo, y contribuye a la felicidad del mundo.
Voltaire, Cartas filosóficas (1734)
2 – LA REVOLUCIÓN E INDEPENDENCIA DE LOS ESTADOS UNIDOS
2.1 Las trece colonias
Las colonias inglesas, establecidas en la costa Este de América del Norte entre Canadá y la Florida, protagonizaron en el siglo XVIII la primera insurrección colonial contra una metrópoli, y constituyeron el primer ejemplo de gobierno fundado sobre los principios de igualdad y libertad. Los habitantes de estos territorios eran principalmente granjeros y ganaderos, aunque algunos también se dedicaban al comercio de pieles, la construcción naval, la explotación maderera y la pesca de ballenas o bacalao. Las mayores ciudades eran Filadelfia con 40000 habitantes y Nueva York con 25000.
A principios del siglo XVII, potencias europeas como Francia, Países Bajos o Inglaterra siguieron el ejemplo de los pioneros castellanos y portugueses, y cruzaron el Atlántico en busca de nuevas rutas por las que comerciar y en busca de oro y otros materiales que produjesen riquezas. En un principio, Inglaterra favoreció la salida y migración a América a la gente que no tenía tierras ni un oficio productivo -la isla británica estaba superpoblada y había escasez de recursos, tierras y puestos de trabajo. En 1606 se fundó Jamestown, y a partir de entonces salieron más expediciones hacia lo que llamaron Virginia -en honor a la reina Isabel I, conocida como la Reina Virgen-. Además, existía una fuerte represión religiosa en Gran Bretaña contra católicos y puritanos, que no comulgaban con la Iglesia Anglicana. Tras el reinado de Isabel I (1558 – 1603), gran cantidad de puritanos separatistas huyeron en busca de libertad religiosa a los Países Bajos, pero no tardaron en darse cuenta que sus hijos estaban creciendo holandeses, y no ingleses. La idea de viajar al nuevo continente creció, y en 1620 más de cien puritanos ingleses se embarcaron en el Mayflower, buque que arribó a las costas norteamericanas de Massachusetts. Desde Virginia y Massachusetts los colonos ingleses se fueron expandiendo, empujando a la población nativa hacia el oeste. Un siglo más tarde, ya se habían fundado trece colonias a lo largo de toda la costa Este entre Canadá y la Florida.
Francia tenía a su vez una gran colonia en Canadá, en torno a los Grandes Lagos, con grandes ciudades como Quebec y Montreal. Los ingleses se estaban expandiendo hacia el Norte, y los franceses hacia el Sur. Llegó el momento en que el choque fue inevitable, dando inicio a un conflicto bélico entre ambas potencias, la Guerra de los Siete Años (1756 – 1763). Francia contaba con el apoyo de la mayoría de indígenas, puesto que se pusieron en contra de los ingleses, que habían ejercido malos tratos sobre ellos. Finalmente las colonias británicas vencieron en 1763 y se firmó la Paz de París, por la cual Inglaterra recibía Canadá y por tanto conseguía la hegemonía en Norteamérica.
2.2 La insurrección de las colonias norteamericanas
Los habitantes de estas colonias, animados por las ideas de igualdad, libertad y tolerancia que les llegaban de la Europa ilustrada, se enfrentaron a la Inglaterra de Jorge III en defensa de sus intereses y derechos. La resistencia comenzó tras la Guerra de los Siete Años (1756 – 1763) entre el ejército británico y el francés. Los colonos se sentían discriminados e inferiores al resto de habitantes del imperio británico por varias razones:
– Los canadienses conservaron muchos derechos y privilegios que los colonos británicos no tenían. No se impuso el anglicanismo, ni la lengua inglesa, y además se creó una ley diferente para los habitantes de Canadá. Los norteamericanos, que habían luchado al frente del ejército inglés contra los colonos franceses, se sintieron defraudados ante esta situación.
– Las leyes emanadas del Parlamento impedían el desarrollo económico de las colonias, ya que obligaban a los americanos a comerciar exclusivamente con la metrópoli y a transportar las mercancías en barcos ingleses.
– Asimismo, la expansión de los colonos fue prohibida en 1763 por los ingleses, que frustraron los deseos de los norteamericanos de ocupar nuevos territorios más allá de los Montes Apalaches.
– Por último, aunque la victoria suponía para la Corona Británica nuevos y extensos territorios, la guerra había dejado una gran deuda. El pueblo inglés se negó a tener que pagar más impuestos para saldar la deuda, y consideró razonable que fuesen los colonos quienes acarreasen con la deuda. Por ello, entre 1764 y 1767 el Parlamento inglés puso en vigor nuevos impuestos a las colonias. En 1764 se impuso el Sugar Act, una tasa que añadía un valor añadido al azúcar y otros productos importados a las trece colonias. Un año más tarde el Parlamento aprobó el Stamp Act, una nueva ley que obligaba a los colonos norteamericanos a pagar por sellos especiales para cualquier documento o artículo, incluyendo testamentos, almanaques, periódicos, licencias, etc. En 1767 el gobierno inglés firmó los Towhnshend Acts, que de nuevo imponían un valor añadido a productos como el papel, el cristal, la pintura o el té.
Todas estas medidas provocaron un profundo descontento entre los colonos, que protagonizaron diversas protestas, como la liderada por Patrick Henry, bajo el lema «No taxation without representation», exigiendo derechos políticos de participación en el Parlamento. Los desórdenes urbanos hicieron que los británicos se viesen obligados a enviar soldados -los «casacas rojas»- a patrullar en las calles de las principales ciudades. Se creó un ambiente tenso, y los americanos aumentaron la resistencia y la cooperación entre las trece colonias actuando como un pueblo unido, desobedeciendo las leyes británicas, organizando protestas urbanas, boicoteando los productos ingleses, negándose a comprar mercancía británica y llegando a la violencia callejera.
En Boston sucedieron dos episodios muy significativos para el levantamiento del pueblo colonial norteamericano. En la noche del 5 de marzo de 1770, un grupo de unos cincuenta rebeldes se reunieron cerca del Old State House de Boston a burlarse de los soldados británicos. Cuando los revolucionarios lanzaron bolas de nieve y palos a los «casacas rojas», estos perdieron el control y abrieron fuego, matando a cinco hombres. Este acontecimiento fue conocido como la Masacre de Boston, y se convirtió en un símbolo del maltrato y la tiranía de los ingleses en las colonias.
Hubo una ligera tregua entre el pueblo y los soldados, pero tres años más tarde tuvo lugar de nuevo en Boston otro hecho significativo, el Boston Tea Party (16/12/1773). En protesta contra el monopolio que la Compañía de las Indias Orientales ejercía sobre el té, un grupo de colonos disfrazados de Mohawks y liderados por Sam Adams, asaltaron los barcos mercantes atracados en los muelles de Boston y arrojaron al agua trescientas cuarenta y dos cajas de té.
En represalia, el gobierno británico cerró el puerto de Boston y estableció los Coercive Acts, que estipulaban que los soldados británicos acusados de cometer un crimen en las colonias debían ser juzgados en Inglaterra. Además mediante el Quebec Act, que extendía la provincia canadiense hasta el río Ohio, establecieron de nuevo los límites de expansión. Inglaterra decretó estas leyes, que los norteamericanos llamaron Intolerable Acts, con el objetivo de mostrar a los colonos quién tenía el poder y la autoridad.
Las nuevas medidas tomadas por el Parlamento inglés no provocaron otra cosa que la unificación del pueblo norteamericano contra la opresión británica. Así, en septiembre de 1774 se reunieron en Filadelfia los cincuenta y seis delegados del Primer Congreso Continental. Allí, los representantes de las doce colonias que asistieron exigieron al gobierno de Gran Bretaña que concediese la ciudadanía con todos sus derechos a los habitantes de Norteamérica y que los Intolerable Acts fuesen revocados. Además, juraron apoyarse en la lucha contra la dominación británica.
Mientras tanto, los ciudadanos de cada colonia se preparaban para una posible guerra contra los ingleses. En Massachusetts se habían organizado y habían reunido material de guerra en Concord, una localidad cercana a Boston. El 19 de abril de 1775 cerca de setecientos soldados británicos fueron enviados a destruir el arsenal de los rebeldes, pero los Hijos de la Libertad se enteraron de la maniobra inglesa y enviaron a Paul Revere y a William Dawes a que avisasen a los minutemen -se llamaban así pues tenían un minuto para dejar las tareas domésticas, coger las armas y salir a la calle para reunirse con el resto de los soldados norteamericanos- de las poblaciones cercanas a Concord. En su paso por Lexington, los ingleses se toparon con setenta minutemen que los estaban esperando, pero tras morir ocho de ellos, el resto huyeron dejando paso libre a los soldados británicos. Estos llegaron a Concord y destruyeron el material bélico que los colonos todavía no habían cogido. Pero cuando los ingleses iniciaron el regreso a Boston, el campo estaba plagado de minutemen armados y preparados para luchar. Sólo una brigada enviada desde Boston salvó a las ropas inglesas de una aniquilación total.
3 – LA REVOLUCIÓN FRANCESA
3.1 Orígenes de la Revolución
Desde hacía tiempo, el Estado francés se encontraba casi en bancarrota. Las cuantiosas sumas de dinero destinadas a costear las continuas y múltiples guerras, y la vida lujosa y derrochadora que llevaban los monarcas y la corte, suponían un gasto muy superior a los ingresos obtenidos con los impuestos pagados por el pueblo llano. Además, una serie de malas cosechas provocaron un alza en los precios de los alimentos, hambrunas y en consecuencia, el descontento popular. Este déficit financiero se hizo crónico y provocó el creciente endeudamiento del Estado francés.
Francia no podía continuar así, era necesario encontrar una solución, y los ministros del Borbón Luis XVI propusieron modificar el sistema fiscal para obligar a los estamentos privilegiados a contribuir a la hacienda pública, con el propósito de aliviar los problemas financieros estatales.
La nobleza y el clero defendieron sus tradicionales privilegios y mostraron su oposición a estos planes de reforma tributaria, negándose a pagar impuestos. Esta intransigencia forzó al monarca a convocar los Estados Generales del Reino, único órgano capaz de aprobar una reforma fiscal. Hacía más de 150 años que un rey francés no reunía a los representantes de los tres estamentos, pero la situación le obligó a hacerlo.
El 5 de mayo de 1789 se reunieron en Versalles los representantes de los tres estamentos con el propósito de solventar el problema financiero, pero en la práctica sirvieron de plataforma para que el Estado Llano -que representaba al 98 por ciento de la población francesa, y estaba constituido principalmente por burgueses- pidiese reformas políticas radicales, canalizando dichas demandas mediante los llamados Cuadernos de Quejas.
Tradicionalmente el número de delegados era parecido para los tres estamentos: el clero contaba con 291 diputados, la nobleza con 270, y el pueblo llano 289; cada estado estaba separado en el momento de deliberar, y tenía un único voto. Esto ponía en desventaja al Tercer Estado, pues nobleza y clero generalmente compartían opinión, siendo dos votos contra uno. De este modo, el Tercer Estado reclamó que los representantes del Tercer Estado no fuesen elegidos más que por ciudadanos pertenecientes verdaderamente al Tercer Estado, que sus diputados fuesen iguales en número a los de los dos órdenes privilegiados y que los Estados Generales no votasen por órdenes sino por cabezas. Las dos primeras peticiones del Tercer Estado fueron aprobadas, pues no cuestionaban el sistema absolutista, pero la última petición fue denegada porque implicaba conceder poder legislativo al pueblo y admitir el concepto de soberanía nacional.
Tras negar el voto personal al Tercer Estado, Luis XVI cerró la sesión, disolvió los Estados Generales y clausuró la Cámara donde las reuniones eran celebradas. Ante tal rechazo, los representantes del Tercer Estado optaron por reunirse separadamente para continuar sus deliberaciones en forma de Asamblea Nacional (17 de junio) -otorgándole el poder a la nación, concebida como entidad capaz de decidir por sí misma lo que es bueno para el pueblo-. Frente a las presiones para que la Asamblea Nacional se disolviese, el 20 de junio los diputados se congregaron en un frontón de Versalles, e inspirados por Mounier y Sieyès juraron «no separarse jamás y reunirse cuando así lo exigiesen las circunstancias hasta que la constitución sea aprobada y consolidada sobre unas bases sólidas». El 9 de julio, la Asamblea Nacional se transformó en Asamblea Nacional Constituyente. Su creación significó el auténtico inicio del proceso revolucionario, pues se negaban la autoridad absoluta del monarca, los privilegios de la sociedad estamental, la tradición jurídica anterior, y se afirmaba el poder del pueblo.
Luis XVI reaccionó y concentró cerca de 30000 soldados en los alrededores de París con la intención de intimidar a los rebeldes. Cuando estas tropas esperaban la orden de disolver por la fuerza la Asamblea Nacional, los representantes burgueses recibieron el respaldo del campesinado y de los trabajadores de las ciudades. La revuelta se extendió por todas las provincias e incluso muchos soldados, que compartían las mismas aspiraciones que los insurrectos, se negaron indisciplinadamente a abrir fuego contra el pueblo. La revolución habría fracasado sin la movilización de miles de labradores, criados, pobres y obreros asalariados urbanos, que estaban hartos de soportar las subidas de impuestos, la falta de tierra, el paro, el rápido incremento de los precios de los alimentos y los bajos salarios.
El 14 de julio de 1789 las masas populares asaltaron y tomaron la Bastilla, un castillo-prisión parisino que simbolizaba la tiranía del rey y donde, curiosamente, había solo siete presos (un homicida, dos locos y cuatro falsificadores). Durante el asalto murieron un centenar de personas, incluido el comandante de la fortaleza, cuya cabeza fue clavada en la punta de una lanza y exhibida por las calles entre los aplausos de la multitud. La revolución también se extendió por el campo, en forma de revuelta anti señorial, quemando residencias y documentos nobiliarios.
3.2 Los revolucionarios al poder (1789 – 1792)
Tras los violentos sucesos acontecidos, el rey se vio obligado a ceder. Los revolucionarios triunfantes ocuparon el gobierno y rápidamente adoptaron una serie de disposiciones con el objetivo de desmontar las bases políticas y sociales del Antiguo Régimen. Hacia otoño de 1789 la Asamblea Nacional Constituyente inició un proceso reformista para convertir Francia en una monarquía constitucional y parlamentaria, suprimiendo el poder absoluto del rey (aunque se conservó a Luis XVI en el trono, sus poderes quedaron muy reducidos). Algunas de las primeras labores que realizó la Asamblea Nacional Constituyente fueron:
– Eliminación del sistema feudal y de todos los privilegios de la nobleza y el clero, incluidos los diezmos y los tributos señoriales que obligatoriamente habían pagado los campesinos desde la Edad Media.
Art. 1. La Asamblea Nacional suprime enteramente el régimen feudal y decreta que los derechos y deberes, tanto feudales como censales, […] la servidumbre personal y los que los representan, son abolidos sin indemnización, y todos los demás declarados redimibles, y que el precio y el modo de la redención serán fijados por la Asamblea Nacional.
Art. 3. El derecho de caza y coto abierto queda de igual forma abolido […].
Art. 4. Todas las justicias señoriales son suprimidas sin ninguna indemnización.
Art. 5. Los diezmos de cualquier tipo y los censos a que dieran lugar bajo cualquier denominación con que sean conocidos y percibidos, incluso por abono, poseídos por los cuerpos regulares y seculares, como sus beneficios, los edificios y todo tipo de manos muertas, incluso de la Orden de Malta y otras órdenes religiosas y militares […], serán abolidos.
Art. 7. La justicia será gratuita […].
Art. 11. Todos los ciudadanos, sin distinción de nacimiento, podrán ser admitidos a todos los empleos y dignidades eclesiásticas, civiles y militares, y ninguna profesión útil reportará deshonra.
Decreto del 4 de agosto 1789 de la Asamblea Nacional Constituyente
– Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano (26 de agosto de 1789), estableciendo el principio de libertad, igualdad y fraternidad para todos los ciudadanos. Esta declaración garantizaba la libertad, la propiedad y la igualdad ante la ley, anulaba las discriminaciones fiscales y abría el acceso a los cargos públicos a los individuos de todos los grupos sociales (los nobles perdieron así el privilegio de ocupar en exclusiva los altos puestos en el ejército y en la administración estatal).
Los representantes del pueblo francés, constituidos en Asamblea Nacional, considerando que la ignorancia, el olvido o el desprecio de los derechos del hombre son las únicas causas de las desgracias públicas y de la corrupción de los gobiernos, han resuelto exponer, en una declaración solemne, los derechos naturales, inalienables y sagradas del hombre […].
Artículo 1. Los hombres nacen y permanecen libres e iguales en derechos, las distinciones sociales no pueden fundarse más que sobre la utilidad común.
Artículo 2. El objeto de toda asociación política es la conservación de los derechos naturales e imprescriptibles del hombre. Estos derechos son la libertad, la propiedad, la seguridad y la resistencia a la opresión.
Artículo 3. El principio de toda soberanía reside esencialmente en la Nación. Ningún cuerpo ni individuo puede ejercer autoridad que no emane expresamente de ella.»
Fragmento de La Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano, 26 de agosto de 1789
– Redacción de la Constitución Civil del Clero (aprobada por la Asamblea Nacional Constituyente el 12 de julio de 1790), que suponía la formación de una Iglesia nacional desgajada de la obediencia del Papa. Todas las propiedades de la Iglesia Católica fueron confiscadas sin indemnización y vendidas en subastas públicas para pagar la enorme deuda estatal. Además, el diezmo quedó abolido, muchos conventos fueron cerrados, se ordenó la elección de los obispos y los sacerdotes por los ciudadanos, la remuneración del clero quedó a cargo del Estado y se exigió a los clérigos franceses jurar lealtad a las leyes revolucionarias. Todas estas medidas anticlericales convirtieron a muchos católicos en enemigos de la Revolución.
– Abolición de los gremios.
Art. 1º. Siendo una de las bases fundamentales de la Constitución francesa la desaparición de todas las corporaciones de ciudadanos de un mismo estado y profesión, queda prohibido establecerlas de hecho, bajo cualquier pretexto o forma que sea.
Art. 2º. Los ciudadanos de un mismo estado o profesión, los empresarios, los que tienen comercio abierto, los obreros y oficiales de un oficio cualquiera, no podrán, cuando se hallaren juntos, nombrarse presidentes, ni secretarios, ni síndicos, tener registros, tomar acuerdos o deliberaciones o formar reglamentos sobre sus pretendidos intereses comunes.
Fragmento de la Ley Le Chapelier de 14 de junio de 1791
En la noche del 20 al 21 de junio de 1791, disfrazado de aristócrata ruso, Luis XVI intentó huir a Austria junto a sus hijos y su mujer María Antonieta para reunirse con el ejército de Lorena. Fuese esa la verdadera causa de su huida, o el temor a ver cada vez más limitado su poder en general, lo cierto es que fueron descubiertos y capturados en la localidad de Varennes en la tarde del 21 de junio, y llevados de vuelta a París.
Además, la Asamblea Nacional Constituyente alcanzó su objetivo primordial al redactar y aprobar una Constitución de carácter liberal el 3 de septiembre de 1791. Ésta organizaba un régimen de monarquía parlamentaria y establecía los principios liberales básicos: la soberanía nacional, la igualdad legal de los ciudadanos, los amplios derechos y libertades y la división de poderes.
El poder legislativo quedaba en manos de una asamblea única, permanente, inviolable e indisoluble. La Asamblea Legislativa estaba integrada por 745 miembros que eran elegidos cada dos años. Esta asamblea tenía derecho de iniciativa y votaba las leyes, controlaba la política exterior, aprobaba los impuestos y supervisaba a los ministros.
El poder ejecutivo le correspondía al monarca, quien era considerado representante de la Nación. La Monarquía era hereditaria pero el Rey debía jurar fidelidad a la Nación y a las leyes emanadas de la Asamblea. Nombraba los altos funcionarios y tenía la potestad de elegir y destituir a sus ministros, cuyas firmas eran necesarias para la validación de las órdenes regias. El rey también dirigía la diplomacia pero no podía declara la guerra sin consentimiento de la Asamblea. Tenía el derecho de veto suspensivo, por el cual podía negarse por cuatro años a dar cumplimiento a las resoluciones de la Asamblea, derecho que no se aplicaba a las leyes constitucionales ni a las fiscales.
La Constitución de 1791 también establecía un sistema electoral indirecto y restringido por el que se concedía derecho de voto al 17 por ciento de la población francesa, quedando excluidas las mujeres, los pobres y los menores de edad. El sufragio censitario dividía a los ciudadanos en activos y pasivos. Los activos eran quienes, además de cumplir con requisitos de edad y domicilio, pagaban una contribución equivalente a tres jornadas de trabajo. Quienes no podían pagar eran considerados ciudadanos pasivos y no tenían derecho a votar.
[…] la Asamblea nacional reconoce y declara, en presencia del Ser Supremo y bajo sus auspicios, los siguientes derechos del hombre y del ciudadano:
Artículo 1.- Los hombres nacen y permanecen libres e iguales en derechos. Las distinciones sociales sólo pueden fundarse en la utilidad común.
Artículo 2.- La finalidad de toda asociación política es la conservación de los derechos naturales e imprescriptibles del hombre. Tales derechos son la libertad, la propiedad, la seguridad y la resistencia a la opresión.
Artículo 3.- El principio de toda soberanía reside esencialmente en la Nación. Ningún cuerpo, ningún individuo, pueden ejercer una autoridad que no emane expresamente de ella.
Artículo 17.- Siendo la propiedad un derecho inviolable y sagrado, nadie puede ser privado de ella, salvo cuando la necesidad pública, legalmente comprobada, lo exija de modo evidente, y a condición de una justa y previa indemnización.
Constitución de 1791, 3 de septiembre
La promulgación de esta constitución por parte de la Asamblea Nacional Constituyente era un gran avance respecto de la situación pre-revolucionaria. Sin embargo, en la práctica implicaba el triunfo de la media y alta burguesía conservadora, pues era una especie de solución intermedia con la monarquía. La nueva constitución encontró la oposición de gran parte de la nobleza y del clero, que se negaban a renunciar a sus privilegios y del rey, que no aceptaba la pérdida y la reducción de sus poderes. Por otro lado, las clases populares mostraron su descontento porque se sintieron traicionados y manipulados por la burguesía, que no había sabido satisfacer sus deseos. El equilibrio que perseguía esta legislación terminaría por ser demasiado precario, y en apenas un año sería dejada de lado.
Esta Monarquía Constitucional fracasó pocos meses después de su instauración, a causa de la actitud contrarrevolucionaria y conspiradora de algunos sectores de la sociedad, que apoyaban a Luis XVI en su deseo de volver al absolutismo. Conservar al monarca en el trono suponía un peligro para el desarrollo de la Revolución, pues Luis contaba con el apoyo interno de numerosos aristócratas, clérigos e incluso campesinos -que veían cómo la figura de su admirado rey había disminuido-, y con la ayuda externa de algunos reyes europeos.
Al mismo tiempo, el gobierno revolucionario se enfrentaba a otro peligro, ya que Austria y Prusia -dos estados monárquicos absolutistas- habían pactado en agosto de 1791 una intervención militar en ayuda del rey francés (Declaración de Pillnitz). En abril de 1792, la Asamblea Legislativa declaró la guerra a Austria, y el ejército austriaco invadió Francia llegando a situarse a menos de 300 kilómetros de París. La invasión extranjera provocó el pánico y desató la ira popular. El frente revolucionario se dividió, surgiendo grupos radicales (como el de los jacobinos o los cordeliers) que reivindicaban cambios democráticos y sociales avanzados. El 10 de agosto una muchedumbre enfurecida asaltó el Palacio de las Tullerías, irrumpió en las habitaciones y apresó a toda la familia real.
3.3 La Convención Nacional Republicana (1792 – 1794)
En septiembre de 1792 se creó la Convención Nacional como órgano supremo de gobierno quedando instaurada la República, que sustituyó a la monarquía. La Convención elaboraba y promulgaba las leyes, nombraba los miembros del Comité de Salvación Pública –encargado de la inspección comarcal, del control de los ejércitos y de la supervisión del Consejo Ejecutivo y de proponer leyes a la Convención–, y elegía a los miembros del Comité de Seguridad General y del Tribunal Revolucionario, que llevaban la justicia y la seguridad policial. Sin embargo, la escisión no había cesado, y dentro de la propia Convención se podían distinguir diferentes tendencias ideológicas.
En primer lugar se hallaban los Girondinos –llamados así porque muchos de ellos provenían de la región del suroeste de Francia, la Gironda– que liderados por Brissot representaban a la alta burguesía. Eran liberales moderados partidarios de controlar con mesura y orden el proceso revolucionario. Constituían la derecha revolucionaria, y tuvieron el poder desde septiembre de 1792 hasta junio de 1793. Nada más proclamarse la Convención, llevaron a cabo un juicio contra el rey Luis XVI y su esposa María Antonieta, que fueron acusados de traición, condenados y ejecutados en la guillotina. La muerte del monarca provocó la alianza de las monarquías europeas, que formaron una nueva coalición contra la Francia revolucionaria.
En la primavera de 1793, la República se hallaba en peligro, en gran parte porque Francia ya no podía resistir más ofensivas de los ejércitos prusianos, ingleses y austriacos. Además, el gobierno girondino no había sabido satisfacer las necesidades de los sectores bajos de la sociedad, lo que provocó el descontento de las clases populares. Estallaron numerosas revueltas contrarrevolucionarias, sobre todo en zonas rurales como La Vendée, donde los campesinos se levantaron principalmente contra las medidas anticlericales tomadas por los gobernantes.
En junio se hicieron con el poder los jacobinos, liderados por Robespierre y Saint-Just, y denominados así en alusión a un convento donde celebraron durante un tiempo sus reuniones. Estos constituían el ala radical de la revolución, pues movidos por ideales democráticos defendían medidas izquierdistas y exaltadas. En la Asamblea Nacional se habían sentado en los puestos más altos de la tribuna izquierda, por lo que también eran conocidos como la «Montaña». Representaban a las clases medias y bajas y contaban con el apoyo de los sans-culottes (miembros de las clases populares urbanas, artesanos, dependientes de tiendas, trabajadores desempleados y golfos semidelincuentes).
Como expresión de la ruptura total del tiempo revolucionario con el pasado, el nuevo gobierno cambió hasta los nombres de los meses, adoptando un nuevo calendario. El 22 de septiembre de 1792 se convirtió en el primer día del año I, los meses pasaron a tener tres semanas de diez días, y los meses tomaron nuevos nombres ligados al tiempo (Vendémiaire, Brumaire, Frimaire, Nivôse, Pluviôse, Ventôse, Germinal, Floréal, Prairial, Messidor, Thermidor y Fructidor).
Desde que los jacobinos más fanáticos y exaltados desbancaron a los girondinos, la revolución se radicalizó y se llevó al extremo llevando a cabo una política conocida como el Terror. Se inició un periodo de verdadera y violenta represión contra todo aquel que “no defendía bien la revolución”, principalmente girondinos y monárquicos. Para ello, se creó el Comité de Salvación Pública, comisión encargada de asegurar el buen desarrollo de la revolución que se convirtió en el verdadero órgano de gobierno de la Convención. También ofrecieron picas, espadas y fusiles a los sans-culottes, que se adueñaron de las calles de la capital francesa, aterrorizaron a los ricos e incluso llegaron a intimidar a los diputados dentro del mismo parlamento para influir en sus decisiones. Se efectuaron detenciones masivas y más de 45.000 personas fueron ejecutadas tras ser acusadas de acaparar alimentos, eludir el reclutamiento militar obligatorio o participar en conspiraciones contra la República (el 70 por ciento de los condenados eran campesinos o trabajadores humildes, el 14 por ciento pertenecían a las clases medias, el 9 por ciento eran nobles y el 7 por ciento eran clérigos). Incluso llegaron a ser ajusticiados significados líderes nada moderados como Danton o Hébert, ambos cordeliers (grupo de revolucionarios todavía más exaltados e intransigentes que los jacobinos).
Robespierre también decretó medidas descristianizadoras como la desaparición del culto católico y el cierre de todas las iglesias, ordenó el reparto de tierras entre los campesinos, y estableció un completo control gubernamental sobre la economía nacional fijando precios, producción, salarios y beneficios empresariales. Por último, redactaron y el 24 de junio de 1793 promulgaron una nueva Constitución (conocida como la Constitución del año I). Ésta, de carácter democrático, establecía el sufragio universal masculino (derecho a voto sin limitaciones para todos los ciudadanos varones mayores de edad), el reconocimiento del divorcio y la abolición de la esclavitud.
No obstante, el gobierno jacobino hubo de enfrentarse a una fuerte revuelta de campesinos católicos en la región costera atlántica de la Vendée en 1793. La mayoría de los habitantes de aquella región se levantaron en armas porque se negaban a aceptar las medidas y cambios revolucionarios que afectaban tan directamente a la Iglesia en Francia y porque rechazaban el reclutamiento forzoso de hombres para la guerra. La subida de precios de los bienes y productos básicos también influyó a que el pueblo se rebelara. Las tropas enviadas por Robespierre aplastaron a los rebeldes y destruyeron sus casas, cultivos y cabezas de ganado. Más de 25.000 vendeanos murieron en combate o fueron asesinados brutalmente hundiéndoles en el río Loire.
Mientras las revueltas de la Vendée eran sofocadas, buena parte del ejército se enfrentó a Gran Bretaña, España, Rusia y Holanda, que se habían unido a prusianos y austriacos contra la Francia regicida. El ejército francés frenó la invasión extranjera y derrotó en 1794, de manera sorprendente, a las tropas austriacas en la batalla de Fleurus, a los británicos en Toulon y a los españoles en Figueras.
En verano de 1794 los peligros disminuyeron, pues las revueltas interiores habían sido oprimidas y los ejércitos franceses se habían impuesto a los de la coalición extranjera. Pero la radicalización de la revolución, el Terror y el gobierno dictatorial de los jacobinos provocaron la oposición de gran parte de la población. La “Llanura”, el sector más rico y moderado de la burguesía, que temía el extremismo y los excesos igualitarios de los jacobinos así como el retorno al antiguo absolutismo (por parte de las coaliciones extranjeras), protagonizó el golpe de Estado de Termidor (27 de julio de 1794). Robespierre, Saint-Just y otros cien miembros de su partido fueron detenidos y guillotinados sin juicio previo.
3.4 El Directorio (1795 – 1799)
3 – LA EUROPA NAPOLEÓNICA